jueves, 15 de mayo de 2008

EL TEXTO REVOLUCIONARIO (LÍMITES Y POSIBILIDADES)

El texto revolucionario (límites y posibilidades)

Justificaciones del texto revolucionario. La pericia musical como baile con la totalidad. Las cadenas del estilo. Hiperinflación textual y atrofia teórica. Causas materiales y psicológicas de la hiperinflación textual. La ideología como enfermedad degenerativa. Unos preceptos para un método anticoagulante. El problema de la teoría como especialización.

Cuatro son las justificaciones del texto revolucionario: reproducción de lo acertado, crítica a lo incorrecto, aportación de novedades teóricas y activación de la emotividad. Las tres primeras están ligadas a la razón- instrumental, exigen precisión y son puestas a prueba por el desarrollo estratégico de los conflictos. La cuarta está ligada al pensamiento poético, emplea el Mito como método y actúa desde y sobre los resortes profundos de la voluntad y la subjetividad. La dimensión racional-estratégica resulta fundamental pues en ella se juega “el dominio de la vida o de la muerte” y como decía Sun Tzu “no reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo que nos es mas querido” La dimensión mítica-deseante resulta también esencial, pues a través de ella el conflicto se incorpora como realidad vivida y la propia vida, recorriendo el entramado de los conflictos, construye su sentido. Un ejercicio completo y no contradictorio de estas dos dimensiones constituye una premisa para que cualquier grupo que se pretenda revolucionario intervenga sobre la realidad con unas mínimas garantías de posibilidad.

Sin embargo, tanto a nivel teórico como práctico, creemos que la síntesis entre racionalidad/emotividad o si se prefiere entre política/poesía de la mayoría de los grupos revolucionarios actuales es todavía inexistente, incompleta o malformada.
Inexistente porque muchos grupos que aspiran a transformar lo que hay ignoran -intencional o involuntariamente- alguna de estas dos dimensiones. Esta ignorancia desemboca por un lado en el militantismo y el martirio y por el lado contrario en la complacencia idealista y la política espectáculo. Ambas son las dos caras de un mismo sesgo.
Incompleta o malformada porque aun teniendo en cuenta tanto la razón estratégica como el pensamiento poético su articulación resulta desequilibrada o confusa: mientras que un uso acertado de ambas construye teoría crítica, mitos emancipadores y prácticas consecuentes, el uso equívoco de estas genera propaganda militante (cuando se apela a la subjetividad desde una fraseología racionalista) y mitos oscurantistas (cuando se pretende intervenir en el juego estratégico con unas concepciones distorsionadas de lo real) con sus prácticas consecuentes[1].
Sin pretender disociarnos en una esquizofrenia de la liberación que no haría si no fortalecer nuestra alienación, creemos que es necesaria no tanto una separación de ambos ámbitos en unas fronteras estáticas si no la puesta en práctica de los mismos con una cierta pericia musical, es decir, poniendo los acentos en cada una de las partes sin perder el ritmo de los acontecimientos. Esto no es algo que pueda hacerse de forma voluntarista. De nuevo, las palabras no son las cosas. Un constante afinar, un aprendizaje vitalicio: sólo eso puede ser la subversión.

Entender la vida y sus luchas como un ejercicio de pericia musical implica, en el caso de la guerra contra lo existente, saber distinguir la dimensión estratégico-racional y la dimensión poético-volitiva cuando haya que distinguirlas y saber combinarlas cuando haya que combinarlas. Bajo este criterio, creemos necesario que los análisis y los envites teóricos sean precisos, nítidos y ordenados, pues su exactitud facilitará tanto su trasvasé a la acción real como su deconstrucción crítica. De ello podemos extraer una serie de pautas recomendables para que el estilo del texto revolucionario teórico no suponga un corsé a sus contenidos y a su realización:

El texto revolucionario teórico no es un ejercicio literario. Las demostraciones de talento retórico y erudición (abundancia de citas y paráfrasis) enturbian un modo de escribir en el que la accesibilidad y la transparencia es un requisito imprescindible para su superación práctica.
La búsqueda de imitación de pautas formales que sirven como modelos textuales, tanto de la tradición académica como de la tradición subversiva, suele desfigurar la potencialidad esclarecedora del análisis. ¿Cuantas intentonas de escribir una Sociedad del espectáculo propia o un Ai ferri corti particular no circulan por los ambientes antagonistas, estando sus posibles contribuciones teóricas estropeadas por una ambición formalista ridícula? Algo parecido podría denunciarse en los textos que reproducen el esquema de trabajo universitario. ¿De qué nos sirve una amplia bibliografía? Las referencias deberían ser más concretas para ser manejables (páginas e incluso párrafos específicos). ¿Y ese respeto sagrado a la autoría que se refleja en el empleo ortodoxo de la cita, tan propio del fetichismo intelectual que aspiramos a abolir? La idea de plagio es un sinsentido para los revolucionarios. Debemos permitirnos coger lo que queramos sin cumplir ninguno de los protocolos del ordenamiento cultural capitalista. Hacerlo es siempre un ensayo parcial del comunismo del genio. Y al igual que la firma, la única función salvable de la cita es una función técnica: la remisión a un conjunto de información desconocida que puede de ese modo ser conocida y entrar a operar en las dinámicas comunicativas de los grupos.

En relación con la abundancia de citas nos encontramos con un problema de contenidos que a su vez está vinculado a un problema general de la teoría revolucionaria: la repetición innecesaria de lo ya dicho (problema de contenidos) causante de una hiperinflación textual que trae consigo la disolución y la atrofia teórica (problema general de la teoría revolucionaria). La mayoría textos revolucionarios no son si no malas transcripciones de textos revolucionarios que en si mismos siguen siendo valiosos. El efecto de este crecimiento cuantitativo es la descompresión de su potencial cualitativo. Tan cierto como que la descentralización de la teoría crítica ha sido un avance histórico de enorme valor es que la lucidez se fatiga en el exceso superfluo. La teoría revolucionaria, para recupera su vigor, necesita una enorme operación de higiene y condensación: autocontrolar los afanes personales de escritura, retomar las fuentes, promover una lectura intensiva y no extensiva del texto revolucionario, difundir los textos significativos sin que cada grupúsculo sienta la necesidad de hacer un remake localista…

La hiperinflación textual del presente, que puede ser diagnosticada con un vistazo a lo inabarcable de las referencias bibliográficas sobre casi cualquier cosa, puede ser explicada en parte por dos tipos factores: materiales y psicológicos. Materialmente el desarrollo tecnológico del capitalismo ha democratizado la posibilidad de autoría y difusión textual a un nivel sin precedentes. Hoy todo el mundo escribe y pública (hace público) sus escritos en Internet. El resultado de esta desmesurada explosión de voces caóticas es la destrucción de la manejabilidad y autoconciencia de la teoría revolucionaria sobre si misma, la pérdida de un lugar común desde el que poder debatir, un lugar con las dimensiones adecuadas para que el debate tenga un proceso y una realización práctica. Esta escisión entre producción textual y trasvase práctico ha generado las condiciones para la eclosión de una subversión virtual, reducida a lo textual, hipostasiada y autosuficiente, con un desarrollo independiente del entramado de conflictos, que no sería otra cosa que la realización efectiva de la banal e inofensiva utopía simbólica de la hermenéutica posmoderna.
Psicológicamente no puede olvidarse que los grupos revolucionarios, a pesar de sus intenciones, reproducen parte de las condiciones de sociabilidad de su entorno. Cualquiera que haya formado parte de un grupo revolucionario sabe que en su seno siguen existiendo, aunque de forma oblicua, juegos de poder y prestigio con unos contenidos distintos a los del espectáculo pero una sintaxis parecida. En ellos, el texto, además de su valor propio, es un elemento de reputación tanto de su núcleo teórico interno (a nivel personal) como del propio grupo hacia el exterior[2]. Más profundamente, el acto de escribir un texto revolucionario nunca deja de estar ligado en cierta manera a eso que Ted Kazinsky llamo proceso de poder y Nietzsche voluntad de poder: la necesidad de afirmación del sujeto a través de una acción socialmente significativa. El problema de muchos de los textos que podemos encontrar en el ágora antagonista es que sus motivaciones tiran más hacia el lado del reconocimiento social que de la construcción de una dinámica colectiva. Es obvio que no esto no sucede con todos los textos, incluso podríamos decir que no sucede de forma pura con ningún texto del movimiento antagonista, como también es obvio que casi todos los textos revolucionarios (incluido este) van acompañados de una pequeña parcela de vanidad, algo así como un talento subversivo que demostrar. El que la escritura teórica sea un mecanismo de “estatus y promoción revolucionaria” (entiéndase con todas las reservas del mundo estos términos) o simplemente un mecanismo de continuidad y permanencia (parece que un grupo está definitivamente muerto si al menos no pública cada cierto tiempo alguna revista, fanzine o artículo en un blog, aunque sea redundante) alimenta sin descanso la hiperinflación textual. Para poder conseguir una densificación teórica que nosotros consideramos vital es urgente que la escritura del texto revolucionario intente desprenderse de sus implicaciones personalistas. Aquello que Debord decía de la teoría crítica (que hacerla pública no debía permitir a su autor ningún ascenso social distinto al que obtendría callándola) puede ser en nuestro tiempo aplicada de una forma más general: cualquier aportación a la teoría o a la difusión revolucionaria debe intentar evitar beneficio particular alguno para no convertir el debate común en un escaparate de aptitudes individuales.

Rondando de cerca todo ejercicio de teoría crítica se encuentra el problema de la ideologización. La teoría crítica tiende a degradarse en ideología. Su historia lo confirma (por ejemplo, a pesar de la voluntad de los situacionistas por evitarlo, sería muy ingenuo no reconocer la existencia de un situacionismo que encarna justo aquello que la I.S pretendía evitar: una doctrina de interpretación de los hechos existentes).

El problema de la ideología es muy complejo y no estamos aquí capacitados para responder a todos sus matices. Podemos decir no obstante que su intrincada polisemia puede simplificarse en dos nociones básicas: una noción neutral -la ideología como pensamiento colectivo- y una noción peyorativa -ideología como pensamiento ligado al prejuicio-. En la tradición que viene de Marx estas dos nociones se expresan en tres concepciones diferentes de la ideología: la del marxismo ortodoxo determinista que la entiende como un reflejo superestructural de la infraestructura productiva, la de aquellos que posicionan políticamente las ideologías en la lucha de clases (la ideología burguesa cuya finalidad es el mantenimiento de una falsa conciencia al servicio de sus intereses de clase enfrentada a las expresiones ideológicas proletarias que pueden ser esenciales-conciencia de si para sí- o relacionales –posicionamiento en los conflictos concretos-) y por último la de aquellos que consideran toda ideología como una reificación del pensamiento provocada por la estructura reificante de la sociedad de clases (“La ideología es la base del pensamiento de una sociedad de clases en el curso conflictual de su historia”. La sociedad del espectáculo. Tesis 212) concibiendo a su vez la revolución como la superación histórica de la fase ideológica de la humanidad mediante la realización de la filosofía.

Sin entrar todavía discutir la idea –importante- del espectáculo como materialización de la ideología o cualquiera de las otras reflexiones sobre su naturaleza, nosotros empleamos una noción de ideología que nos es operatoria por sus efectos: la entendemos como una conciencia deformada de la realidad que ejerce una acción deformante tanto en el ámbito estratégico como en el campo de los deseos, degenerando con su desarrollo la acción revolucionaria. Aunque desconocemos las causas de este proceso degenerativo, el considerarla como tal nos permite al menos ser precavidos con nuestras concepciones teóricas. Coherentemente consideramos que un texto revolucionario debe seguir un método que dificulté las inercias ideológicas, método que podría atender, entre otros, a estos principios:

-Señalización de los puntos débiles y las líneas de fractura de la teoría para abrir la confrontación dialéctica (como hemos hecho asumiendo nuestra incapacidad para pensar la ideología).
-Voluntad dialéctica de verdad hasta las últimas consecuencias dentro de un criterio de verdad como posibilidad –esto es, entendiendo la verdad como un acierto del pensamiento estratégico en una realidad de conflicto-.

-Negación de la intencionalidad biobibliográfica, para no jugarnos nada identitario en la necesaria deconstrucción de un texto.

-Conciencia de aportación parcial a un movimiento colectivo en construcción. Todo texto revolucionario es sólo un esbozo para un futuro programa común. Al mismo tiempo, la teoría, para ser crítica, se contiene y cobra su sentido en un proyecto. El estudio es ridículo si no busca su aplicación. Las teorías deben de ser desgastadas, no sólo teóricamente, sino también en la acción (que resulta siempre el juez de lo teórico).

-Conciencia de la teoría crítica como teoría descentralizada que no admite ortodoxia ni academia ni centro posible, sólo una construcción en estructura de red.

-Conciencia de que la teoría no nace pura del trabajo intelectual. Es imposible generar movimiento con la intervención teórica. La teoría crítica viene como respuesta experimental a un conjunto de hechos previos que la buscan. Por eso, los mismos temas e ideas están planteados en el espíritu de la época de muchas formas existiendo a la vez un movimiento real que las ejercita, aunque disperso y rudimentario. Nuestras ideas quizá no estén en todas las cabezas, pero las prácticas que las construyen deben estar atravesando muchos de los cuerpos del presente para poder aspirar a participar en su partida.

- Conciencia de que la teoría, hecha desde el presente para la acción en el presente, no es inmune a las condiciones del presente. El riesgo de error y confusión es alto y la pureza un sinsentido dialéctico. El movimiento tendrá vaivenes, fases errantes y resultados parcialmente inesperados.

Acompaña siempre a la teoría revolucionaria, además del riesgo de degeneración ideológica, el peligro de que se convierta en una actividad especializada que reinstaure una separación jerárquica en el seno del movimiento que aspira a destruir todas las jerarquías, abriendo vía libre con su especialización al proceso de ideologización. Aunque se ha avanzado mucho en las últimas décadas en la descentralización de la teoría crítica, sigue siendo cierto que a) el grueso de las ideas y los conceptos que manejamos han sido generados por núcleos de producción intelectual muy minoritarios con unas condiciones específicas y b) existe un acceso diferencial dentro del movimiento revolucionario a la teoría crítica. Respecto a la primera cuestión ¿son precisas algunas condiciones especificas (ociosidad, alejamiento de la urgencia de la práctica) tal y como apuntan algunos (que han hecho de la teoría su profesión) para poder construir un aparato teórico potente? Aunque la historia demuestre que hasta hace poco ha sido más o menos así, eso no demuestra más que el subdesarrollo histórico que ha padecido la teoría revolucionaria, que ha de ser forzosamente colectiva o no ser(o ser un vulgar jacobinismo político, que es a lo que muchas veces hemos tenido que reducirnos). Por tanto resulta casi evaluador del potencial revolucionario de un trabajo teórico, en tanto que trabajo teórico, su capacidad de contagio, o por lo menos, que su esfuerzo se reparta equilibradamente entre la profundidad de análisis y la accesibilidad. [3]

Respecto al acceso diferencial a la teoría crítica dentro del movimiento revolucionario más de lo mismo: reconocer la existencia de ese acceso diferencial es el primer paso para subsanarlo y la manera de arreglarlo no pasa por un proceso de remoralización, como el promovido panfletariamente desde algunos grupos. Nos encontramos ante un problema que no es : esta sociedad que aspiramos a destruir genera socialmente, y como una de sus salvaguardas, una desigualdad intelectual que es real. Para muchos nuestras palabras no dejarán de ser nunca aburridas e inaccesibles. Si otorgásemos a lo intelectual algún peso más que el que realmente tiene (como de hecho lo hacen todas aquellas corrientes revolucionarias “evangélicas”, que subordinan la significación de un acto político a su conciencia política) la contradicción sería irresoluble (a lo sumo podríamos aspirar a una Iglesia). Por suerte, la teoría sigue perteneciendo a quien es capaz de practicarla, con o sin conciencia, aunque esta fórmula vaneigemniana no ha de servirnos de consuelo y parapeto permanente: el espontaneismo ha demostrado históricamente sus límites. Si “la revolución se halla enteramente supeditada a la necesidad de que por primera vez la teoría como inteligencia de la práctica humana sea reconocida y vivida por las masas” y si “pide a los hombres sin cualificar mucho más de lo que la revolución burguesa exigía a los hombres cualificados” entonces la revolución necesita de una teoría que, además de desenmascarar los procesos del mundo, emplee un aparato simbólico completamente distinto al que tradicionalmente ha empleado. La construcción de este nuevo aparato se encuentra al principio de la inmensidad de nuestras tareas.

[1] Que son nefastas: cárcel, muerte. Creo que este ejercicio cobra todo su sentido al situarlo en un contexto represivo feroz, en el que toda una generación de revolucionarios y toda una propuesta de lucha está siendo destruida por el Estado sin contemplaciones.
[2] Lo mismo puede decirse de ciertas prácticas o actitudes revolucionarias.
[3] Insistimos: es importante mencionar que aquí hablamos únicamente de la teoría revolucionaria y no de su práctica, porque estamos discutiendo las posibilidades y la razón de ser del texto revolucionario. Si alguien tiene la capacidad de robar un banco esta no se invalida porque el conjunto de la sociedad no la comparta; sin embargo la capacidad de escribir sobre rizoma y principio de multiplicidad (por decir algo) es muy poca cosa si no es accesible, como mínimo de los mínimos, a un ámbito comunitario que permita su incorporación como experiencia, pues creo que todos (por suerte) aún tenemos algo mejor que hacer que redactar textos sobre estas cosas.

No hay comentarios: