jueves, 3 de abril de 2008

CAPITALISMO DE EMOTICONO SONRIENTE


A través de su creciente calendario de días mundiales por alguna cosa (y amparado por su evidente estupidez que lo hace parecer inofensivo y falazmente desenmascarado), el espectáculo ejecuta, entre otras muchas operaciones, su cruzada expansionista frente a las resistencias de vida todavía no sometidas al imperialismo de la economía.

Desde 1996, el 1 de abril se celebra el día internacional de la diversión en el trabajo. La idea es simple y monstruosa: la diversión y la alegría son actitudes beneficiosas para la empresa ya que descargan tensiones, fomentan la creatividad, incentivan la ilusión y favorecen la convivencia entre los trabajadores. Por tanto el ambiente laboral risueño se rentabiliza, la oficina-fiesta es la nueva receta para una mayor productividad final. Traduciendo de la verdad invertida del espectáculo a la verdad incorporada de nuestra vida cotidiana: permitiéndonos pasárnoslo bien en el curro nos daremos menos cuenta de que el curro es una sanguijuela que no deja de chuparte, un vampiro que bebe casi todas tus energías. Incluso quizá le cojamos el gustillo a eso de currar. Es la misma llave de judo de siempre: el capital aprovecha nuestra propia fuerza contra él para tumbarnos en el tatami.

Una vez que el situacionismo (y no la práctica situacionista revolucionaria) se ha vuelto la herencia mayoritaria de la I.S. asistimos a su amarga victoria: el juego se ha puesto a trabajar. Y no es precisamente la iniciativa de un día internacional por la diversión en el trabajo su más peligroso exponente. Esto es sólo un daño colateral de la manera de ser espectacular, tan propensa a simbolismos flotantes y descafeinados de todo pelaje intentando construir una ilusión de unidad: fechas simbólicas, compras simbólicas, protestas simbólicas (decimos flotantes y descafeinados porque hay un tipo de símbolo concentrado y abrazado a la tierra y a sus posibilidades de gran potencial emancipador). Lo más inquietante de una fecha como el día internacional de la diversión en el trabajo es que se trata de la punta del iceberg de un proceso en marcha muy complejo, ya muy extendido y muy poco percibido. Cenas de empresa, terapias de grupo, fin de semana de paintball en la sierra, messenger para poder chatear en las horas muertas del trabajo y así no aburrirse, convirtiéndonos en centinelas entretenidos… lo que antes era un obstáculo para la productividad hoy se ha convertido, gracias al cooperativismo implícito en el trabajo telemático combinado con la progresiva utopización de la más mínima comunidad humana real, en el abono del que germina este espectáculo de rostro humano, este espectáculo de emoticono sonriente, que ha sabido resistir y fagocitar incluso el envite del juego (frente a lo que decía Bonanno a principios de los 70, señalando como el punto débil del espectáculo su mortal seriedad).

Pero al igual que en la publicidad, el capital no puede cumplir con sus seducciones al pie de la letra. Para que la diversión recupere su carácter desalienante llamamos a su práctica continua y deliberadamente irresponsable en todos los ámbitos, entre ellos el trabajo. Sólo haciendo de cada minuto en la empresa un desastre productivo y disfrutando con ello la vida sabrá responder a este nuevo empuje de la economía.

Olvida los insípidos placeres para personitas mediocres fabricadas en serie que te ofrece la oficina. Follar sin parar durante la jornada laboral, romper los ordenadores a golpe de grapadora, prender fuego a la planta 5º, hacer flotas de aviones de papel con los albaranes y competir tirándolos por las ventanas a ver quien llega más lejos, descargar los extintores, jugar al escondite, mandar cartas de amenazas de muerte a los mejores clientes, jugar a escribir tu nombre con pis por la moqueta, criar ratones el algún rincón. Esto si son emociones fuertes. Y si todo esto es todavía demasiado complicado, roba, sueña, duérmete, pierde el tiempo, practica el sabotaje de bajo voltaje, haz de tu regocijo un problema de contabilidad.

Porque la verdadera diversión en el trabajo sólo es aquella que conduce a destruirlo para siempre.

Ñaque.

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