lunes, 31 de marzo de 2008

MANUAL PARA HACER DE LAS FLORES PIEZAS DE CAZA MAYOR


Ñaque nació de un gesto tan inútil y ridículo como buscar al azar una palabra en el diccionario. Que esa palabra fuera Ñaque no deja de ser una pista del trasfondo maravilloso del que aún podemos servirnos para reencantar el mundo. Una experiencia de lo inútil tanto en su contenido como en su forma, y también una curiosa coincidencia.

Reivindicamos lo inútil como una urgencia. Es urgente corticircuitar el vacío de la práctica utilitaria, siempre empobrecedora, limitante, ligada profundamente a unas pautas psicológicas y emocionales cómplices con el cálculo, con el principio de escasez, con la colonización de nuestra vida por parte del Capital. En nuestra época, este espectro de lo inútil abarca todos los gestos intraducibles por el espectáculo, que es casi como decir todos los gestos de autenticidad vital. Hablamos de coleccionar cajas de cereales, pero también de coktails molotov, de bautizar plantas con los nombres de los meses del calendario revolucionario francés o de jugar (al escondite, a la revuelta). Sin embargo, nada más lejos de nuestra intención que reducir lo inútil a algo inofensivo. Paradójicamente, lo inútil cumple una utilidad revolucionaria muy importante: ensayar la sobreabundancia de la vida posible una vez destruida la lógica mercantil utilitarista que la parasita. La guerra social es una guerra de liberación. Luchamos por liberarnos de la esclavitud del trabajo, del Estado, del consumo. Pero también luchamos por liberarnos para. Ese para es la realización social de lo inútil. Porque, a fin de cuentas, inútil es el amor, la amistad, el sueño, la alegría, la pasión, el deseo, lo maravilloso y todo aquello por lo que merece la pena vivir. Extrapolando las palabras de Huizinga sobre el juego, cuando lo define como algo superabundans, algo superfluo, encontramos una clave: la rebelión se justifica por si misma, la vida se justifica por si misma y no como consecuencia o causa de nada.

La dialéctica ha sido a lo largo de la historia del movimiento revolucionario la chica bonita del baile que siempre nos hemos olvidado de sacar a bailar. Muchas de las posiciones falsamente enfrentadas que taponan nuestros debatas y de las aguas estancadas de los ambientes antagonistas, podrían superarse mediante el pensamiento que ya no se detiene en la búsqueda del sentido de lo existente, sino que se eleva al conocimiento de la disolución de todo lo que es. Grupos políticos vs. grupos poéticos, teoría vs. práctica, juego vs. seriedad, sujeto vs. objeto… Aspiramos a dinamitar el torpe dispositivo mental binario que nos genera la reificación. Aspiramos a un estar en el mundo unitario, que no puede ser otra cosa que un desplazamiento continuo, una constante iniciación en el devenir y en la totalidad (que es fragmento en movimiento).

Nuestro programa de mínimos:

-Abrir una multiplicidad de frentes en la guerra social. Al frente del robo, del rechazo al trabajo, a la mercancía, al Estado, a la autoridad, a las cárceles queremos unirle el frente del sueño, el de los sentidos, el de las relaciones personales, el del placer, el del imaginario, el de hacer barquitos de cáscara de nuez… sin por ello restar un ápice de fuerza a las dinámicas de conflicto revolucionarias al uso. Estas saldrán, por el contrario, reforzadas al dejar de presentarse como abstracciones ideológicas y materializarse como experiencias de liberación concretas, específicas, íntimas, cargadas de sentido.

-La democratización radical del centro del mundo.

-Tejer sueños, rupturas, insurrecciones grandes y pequeñas, abrirnos a la comunicación con los millones de aliados potenciales de este lado de la guerra de clases, porque, aunque sea de forma contradictoria, distorsionada o no consciente, casi todos engrosamos las filas del nuevo proletariado (aquellos a los que se nos escapa la capacidad de control sobre nuestra vida; es decir, aquellos incapaces de manejarnos soberanamente en lo inútil).

-Divertirnos (hasta convertirnos en problema de Estado).

-Provocar el contagio y dejarnos contagiar. Porque una colección de miradas maravillosas lo único que podrían expresar es algo tan desmerecedor para nuestras ambiciones como una especie de talento para lo mágico, que sería el monumento fúnebre de su triste irrealización. Porque un muestrario de radicalidad política e insurreccional lo único que podría expresar es algo tan contraproducente para nuestra guerra como una especie de pedigrí revolucionario, que sería el comienzo de la derrota de la revolución. No queremos espectadores de ningún tipo, sino cómplices. Y todos tenemos capacidades excepcionales (sin excepción).

En resumen, la dedicación en la única obra de arte interesante de nuestro tiempo: la intifada de la vida cotidiana.

A reinventar desde lo inútil y por lo inútil un nuevo amor y un nuevo Terror; a guillotinar cualquier rey mago (y redistribuiremos la magia en un festín que dará varias vueltas a la Tierra).

Ñaque.